Hace 85 años el Congreso de los Estados Unidos promulgó la Air Mail Act de 1925, también conocida como Kelly Act (por Melville Clyde Kelly, el congresista que la impulsó). Esta resolución autorizaba al servicio postal estadounidense a contratar vuelos con aerolíneas comerciales para distribuir el correo. Compañías como Trans World Airlines, Northwest Airlines, United Airlines fueron pioneras en este servicio en la segunda mitad los años 20, y poco después Delta Air Lines o American Airlines entrarían en el negocio, lo que acabaría por suponer un enorme impulso a la aviación comercial.
Quizás estemos en los albores de un momento histórico análogo, ya que como resultado de la nueva política presupuestaria propugnada por el Presidente Obama se va a producir un cambio de estrategia en los programas espaciales. Con la retirada este año del programa de transbordadores espaciales, el reemplazo previsto era el Programa Constelación, pero dicho programa puede darse por finiquitado a la luz de los nuevos presupuestos. Estos sin embargo ofrecen una alternativa: la disponibilidad de 6 000 millones de dólares para fomentar durante los próximos 5 años el desarrollo de vuelos espaciales comerciales.
Aunque oir hablar de vuelos espaciales comerciales nos puede evocar en estos momentos imágenes de multimillonarios excéntricos que pagan fortunas por unos minutos de ingravidez, las perspectivas de estos vuelos son mucho más serias, en particular en lo que respecta a la investigación científica. Pensemos que en la actualidad un cohete sonda permite realizar experimentación durante unos 20 minutos en microgravedad, a un coste que ronda los 500 000 €, pero con una frecuencia de solo un lanzamiento cada varios meses. Por otra parte, un vuelo parabólico en avión permite una frecuencia mucho mayor (varios vuelos diarios) a unos 6 000 € por asiento, pero apenas permite unos 30 segundos de microgravedad. Un programa desarrollado de vuelos suborbitales comerciales podría aunar las ventajas de ambos métodos, permitiendo varios vuelos diarios con estancias prolongadas en microgravedad (~4 minutos) a un coste que podría rondar unos 150 000 € por asiento. Aunque el coste es aún elevado para el turista de a pie que quiera dar un paseo a 100 km de altura, sí que entra ya dentro del rango que pueden permitirse muchos proyectos científicos. La investigación atmosférica, la astronomía, la ingeniería de materiales, la medicina y la biología son áreas que podrían beneficiarse de este acceso regular a condiciones de ingravidez.
Por supuesto, a medida que se abaraten los costes la posibilidad del vuelo comercial se abrirá cada vez mas a los turistas, lo que garantizaría su rentabilidad. De hecho, estos vuelos no sólo se reducirían a travesías suborbitales, sino que podrían conducir al establecimiento de plataformas orbitales permanentes. En este sentido, la NASA ha firmado un acuerdo con SpaceX para usar su vehículo Falcon 9 con vistas a dar servicio a la Estación Espacial Internacional una vez que el transbordador espacial sea retirado. Quizás el día de mañana, Curro no se vaya al Caribe, sino que pase una semana en órbita.