Expendable es una novela de 1997 del escritor y matemático canadiense James Alan Gardner. Es de hecho la opera prima de Gardner, que ya había tenido anteriormente un cierto éxito (premio Aurora y candidaturas a Nebula y Hugo incluidos) con historias cortas. En ella entramos en contacto con el universo de la “Liga de los Pueblos”, telón de fondo de la obra de Gardner y que ha servido de escenario para siete títulos hasta la fecha.
La premisa argumental de este universo es la existencia de una suerte de organización a nivel galáctico –la mencionada Liga de los Pueblos– bajo cuya égida se encuentran aquellas especies con capacidad para el viaje interestelar. Esta organización tiene un imperativo existencial: proteger la vida inteligente. Cualquier especie que anhele expandirse más allá de su sistema estelar debe adherirse a esta directiva, lo que en la práctica implica que toda forma de violencia que conduzca o pueda conducir a la muerte de un ser inteligente (da igual si de la propia especie o de otra distinta) está absolutamente vedada; está prohibido incluso el transporte de armas potencialmente letales a bordo de naves interestelares. El castigo por infringir (por acción o inacción) esta norma básica es la destrucción del infractor tan pronto se encuentre fuera del pozo gravitatorio de su estrella de origen o, en caso de que la infracción sea cometida por la especie en su conjunto o por su cuerpo gobernante, el confinamiento de dicha especie en su sistema natal. Dado que la Liga de los Pueblos comprende a civilizaciones cuyo nivel tecnológico está más allá de toda comprensión, no es posible ocultar ningún acto contra la mencionada directiva, lo que se traduce en la efectiva desaparición de guerras y violencia física en aquellas especies que se acogen a la misma (y que a cambio obtienen el acceso al viaje interestelar, además de otro tipo de avances tecnológicos).
Indudablemente, la interiorización de la no-violencia conduce a profundos cambios sociales en numerosas especies, en particular en la humana (y más concretamente en la fracción de la especie humana que accedió a esta directiva, y que en recompensa obtuvo “Nueva Tierra”, un planeta terraformado virtualmente idéntico a la Tierra original; una parte de la especie humana prefirió seguir con sus usos habituales, y permanecen confinados en la “Vieja Tierra”). De resultas de los avances en ingeniería genética y medicina, combinados con la ausencia de violencia, una muerte humana se convierte en un suceso excepcional y profundamente traumático no sólo para los más cercanos sino incluso para la sociedad en conjunto. Esto supone un problema en relación con la exploración espacial, empresa extremadamente arriesgada y en la que pueden perderse vidas con cierta facilidad.
Enfrentados con esta situación, la Tecnocracia (el cuerpo gobernante de la Humanidad interestelar) encuentra una solución de pura ingeniería social. Dados los medios técnicos existentes es posible corregir cualquier tara física, y de hecho así se hace cuando el sujeto en cuestión tiene una discapacidad seria. Sin embargo, si la persona en cuestión no está inhabilitada física o intelectualmente, la tara (que puede incluir la simple fealdad) no es corregida. A pesar de su absoluta validez, estas personas son percibidas como diferentes por el resto de la sociedad, y de hecho cuando uno de ellos muere el impacto emocional de la sociedad es mucho menor: son los prescindibles a los que el título de la novela hace referencia. Estos prescindibles son seleccionados desde la infancia y asignados al cuerpo de exploradores, la sección de mayor riesgo dentro de la flota espacial, y cuyos deberes incluyen la exploración física de planetas desconocidos. En muchas ocasiones dicha exploración acaba con la muerte confirmada o simplemente con la desaparición del explorador (típicamente marcada por la expresión “Oh, shit”, últimas palabras que suelen oírse antes de que se corte la comunicación con el explorador). El duelo en esta situación es mínimo (“well, you know, that’s what expendable means”).
(c) Luis Royo
La protagonista de la historia es Festina Ramos, una exploradora cuya tara es una marca roja de nacimiento en una de sus mejillas. A bordo de la nave Jacaranda, Festina recibe una misión: ella y otro explorador deben acompañar a un almirante de la Flota en una exploración de superficie. Cuando dicho almirante llega a la nave se hace patente que sufre de demencia senil (las drogas anti-senectud dejan de ser efectivas eventualmente), y el destino de la misión parece sugerir claramente que la intención final es librar a la Flota de manera discreta de un alto oficial senil. Concretamente, su destino es Melanquin, un planeta aparentemente idéntico a la Tierra en condiciones ambientales, pero que por algún motivo desconocido es un pozo sin fondo de exploradores. Toda persona que puso pie en el planeta dejó de comunicar al cabo de pocos minutos.
(c) Luis Royo
Tras un futil intento de rebelión ante la muerte segura que dicha misión parece suponer, Festina y su compañero Yarrun (y el senil almirante Chee, cuya lucidez es mayor que la que el Alto Consejo imagina) entienden que su única posibilidad es descender a Melanquin bien pertrechados, y provocar un incidente que suponga que la misión se aborte. Sin embargo, esta posibilidad se verá truncada cuando lleguen a la superficie, y Festina se vea sola tras la muerte de sus dos acompañantes. No tardará sin embargo en entablar contacto con los habitantes de Melanquin, seres con remoto origen humano que con el paso del tiempo y a través de ingeniería genética se han convertido en criaturas autótrofas con aspecto de cristal traslúcido, y que a pesar de ser enormemente fuertes e inteligentes, se encuentran evolutiva y socialmente en un callejón sin salida. A través de Oar, uno de estos seres, Festina descubre que hay otros exploradores en Melanquin y acompañada de ella emprende el camino para encontrarse con éstos y buscar la manera de escapar del planeta. En este camino descubriremos el origen de la civilización de Melanquin, el pasado del almirante Chee, y las implicaciones de todos los eventos que ahí se desarrollan en relación con la directiva básica de la Liga de los Pueblos.
La novela tiene un ritmo ágil y una premisa que engancha. El escenario que se plantea una vez Festina está en la superficie provoca un pequeño bajón en las altas expectativas que un planeta con un peligro fatal y absolutamente desconocido creaba, pero el interés se recobra rápidamente cuando se comienza a desentrañar el porqué de Melanquin. Más aún, el viaje en busca de los exploradores tiene bastante acción y hay un clímax final de amplitud planetaria. Un epílogo bastante satisfactorio redondea una novela que se puede calificar de recomendable e interesante (y si alguien se encariña de Oar o de Festina, podrá reencontrarse con ellas en otros títulos de la saga).