Que los algoritmos genéticos no se echan a temblar cuando los arrojas a explorar un espacio de búsqueda complejo es bien sabido. Claro que también es cierto que su rendimiento final dependerá de cómo de bien hayamos incorporado en el algoritmo el conocimiento que del problema tenemos a priori, tal como el celebérrimo Teorema de No Free Lunch (NFLT) nos explica. Y qué mejor ilustración del NFLT que la aplicación de algoritmos genéticos a la generación de recetas de cocina.
Quizás en este caso sería más apropiado hablar del Teorema de No Free Tasteful Lunch, innovación teórica por la que hay que darle las gracias a Randall. Por otra parte, sabemos que el NFLT no necesariamente se cumple en subconjuntos arbitrarios de funciones (así que en realidad puede haber al menos un aperitivo gratis). No está clara la situación en relación a esto para la clase de funciones definida por los gustos culinarios de un conjunto finito de personas…
La historia reseñada por T-Rex es verídica. Andrew Jackson fue el séptimo presidente de los EE.UU. y su mandato abarcó de 1829 a 1837. El 30 de enero de 1835 tuvo lugar lo que sería el primer intento de atentado contra un presidente estadounidense, y al alimón el primer intento frustrado. Richard Lawrence, un pintor perturbado (se especula que fue la exposición a los productos químicos de la pintura lo que le condujo o al menos agravó su estado mental) se plantó cara a cara frente al presidente y le disparó a bocajarro. La bala detonó, pero no fue expulsada del arma, por lo que Lawrence se apresuró a sacar una segunda pistola y volvió a disparar… con idéntico resultado. Lawrence fue reducido y llevado a juicio (en el que sería declarado no culpable por trastorno mental). La explicación oficial fue que la humedad causó el doble fallo, aunque quién sabe, quizás algún día averigüemos que fue un intrépido viajero temporal el que saboteó las pistolas del frustrado magnicida.
Y ya que hablamos de doble fallo de pistolas, nada mejor que recordar a Bob el Inglés, el «Duque/Pato de la Muerte», y su memorable enfrentamiento con Corky «Dos Pistolas» Corcoran:
Habría otras estatuillas en juego, como por ejemplo el premio al mejor maquillaje de datos, por el innovativo empleo de mecanismos visuales de eliminación de valores atípicos, o a la mejor edición, por la transgresora idea de emplear Comic-Sans para una presentación en LaTeX Beamer. ¿Se os ocurren otros modalidades que pudieran ser premiadas?
El Teorema del Valor Medio afirma que en una función f continua en el intervalo [a,b] y diferenciable en (a,b), existe un valor c (a < c < b) en el que
que a grandes rasgos indica que hay algún punto de la curva en el que la pendiente de la misma es precisamente la media del intervalo considerado. Es un resultado instrumental de gran gran utilidad en cálculo.
¿Y qué tiene que ver esto con la desventura del personaje de la viñeta? Un ingenioso juego de palabras en inglés, ya que «mean» usado como adjetivo puede significar «malicioso, «vil», «despreciable», … Así que c existe y es realmente «mean«.
OK, hay que ser nerd para que te haga gracia, pero hay que ser mucho más nerd para que no te haga gracia por que debería haber sido f ‘(c) quien golpeara al protagonista.
… sino que en su lugar hubieran incluido una receta viable para fabricar hormigón? Sí, es sin duda un cambio de esquemas radical, pero la historia alternativa sería fascinante.
Un sarcófago de hormigón alrededor del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal ciertamente hubiera eliminado tentaciones que luego llevaron a lo que llevaron.
Parece que es el momento apropiado para publicar un paper con ese título. Al menos sería más cool que «A VLSI Approach to Postmodern Cold Fusion via Cybernetic Feminism» (hey Dr. Sokal, ¿se atreve con un paper de este título?)
Si Occam hubiera sabido que se iba a dar su nombre a un lenguaje para la programación de transputers probablemente habría apreciado que el camino puede ser tanto o más divertido que el destino (y sí, eventualmente podías necesitar un destornillador).
… me arrancaría medio cuerpo, aunque fuéramos los dos últimos sobre la Tierra. Es un modo metafórico de rechazar a un pretendiente, siempre que no seas una estrella de mar.