Los tópicos sobre otros países son el camino más seguro para llevarse una desilusión al conocerlos de primera mano. Si al visitar España uno esperara encontrarse con toreros por las calles, mujeres vestidas de faralaes, o que se come arroz en paella a todas horas, recibiría un shock brutal al toparse con la realidad. De China puede decirse lo mismo: no se trata de un gigantesco templo Shaolín, ni se estila la vestimenta o los bigotes de Fu-Manchú. Sin embargo, suele decirse también que Hong Kong es China tal como un occidental la imagina. Cuando in illo tempore me topé con esa observación tendí a pensar que se trataba de una ciudad con algo de impostura, un parque temático gigantesco en la que el turista encuentra los lugares comunes que va buscando. Tras haber estado allá, estoy más cercano a invertir la observación, y pensar que quizás muchos tópicos sobre China son originarios de Hong Kong. Basta ver pequeñas tiendas o restaurantes con mercancía o aspecto realmente exótico, y sin señal de letreros ni persona alguna que no hable otra cosa que cantonés (o quizás mandarín) para percibir que no hay en ellos fachada turística alguna. Basta pasearse por cualquier parque por la mañana temprano para ver a algún fibroso anciano practicando nanquan, o ver como a media mañana una señora suelta las bolsas de la compra en una esquina donde no estorbe y comienza a realizar movimientos de tai chi, para percatarse de que estos comportamientos son genuinos.
Por supuesto, todo esto no quita para que en determinados lugares se intente explotar al incauto turista occidental. Hay por ejemplo supuestos monjes que te dan una pegatina de Buda a cambio de la «voluntá» (son inofensivos, pero no verdaderos), y en las tiendas de recuerdos los vendedores son realmente hábiles para intentar que compres recuerdos para toda tu familia carnal e incluso política (también están los timadores de las tiendas de electrónica, pero ésos juegan en otra división). Por último, y sin necesidad de entrar en la picaresca, están los actos sociales de carácter internacional, en los que los anfitriones intentar darle al visitante una ración de cosas típicas (esto es igual en casi todos los lugares; si en la cena de gala de un evento en España no hay jamón ibérico y bailes regionales, apaga y vámonos). Éste fue precisamente nuestro caso, tanto en el aspecto gastronómico como en el folklórico.
La cena tuvo un sin fin de platos para compartir, como es tradicional. Ahí no faltó una de las mayores delicatessen que uno puede tomar en el Lejano Oriente: sopa de aleta de tiburón y nido de pájaro. La verdad es que realmente se trata de algo espectacular. Sólo nos sirvieron un cuenco, pero fue como un regalo del Emperador de Jade. La cena estuvo regada con abundante té rojo, pero uno que no es muy tetero se inclinó por una cerveza San Miguel producida en Filipinas (de hecho, allá no hay discusión alguna de que San Miguel es una original marca filipina de cerveza). Tras finalizar la cena (y la siempre larga hora de los discursos), se pasó a la exhibición folklórica: música en directo con instrumentos locales, bailes regionales, actuaciones circenses de niñas-mujeres de flexibilidad y habilidad inauditas, y por supuesto wushu. Ésta fue la mejor de todas las actuaciones de la cena: hubo demostraciones de dao, un homenaje a Bruce Lee con una gran exhibición de nunchaku, una prodigiosa forma de nanquan, y un combate figurado de shaolinquan. !Qué vivan los tópicos!