Una de las tentaciones más nefastas en la que las cabezas pensantes que definen los planes de estudio de educación primaria y secundaria pueden caer es el «cortoplacismo», una suerte de miopía cínica que impide ver los beneficios a largo plazo que determinadas disciplinas pueden tener en la formación del estudiante. Las materias más proclives a resultar damnificadas por este motivo (y por otros asociados) son las lenguas clásicas por el lado de las letras, y las matemáticas por el lado de las ciencias. En el caso concreto de estas últimas no voy a repetir los argumentos bien conocidos sobre las cualidades intelectuales de alcance general que las matemáticas potencian. En su lugar, voy a hacer referencia a datos tangibles que acaban de ser publicados recientemente en Science. Se trata más precisamente de un trabajo
titulado
realizado por los Philip M. Sadler del Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics, y por Robert H. Tai de la University of Virginia. Puede verse un resumen general de dicho trabajo en la edición digital del USA Today, y Lumo aporta también sus dos céntimos en The Reference Frame.
Básicamente, Sadler y Tai han realizado un estudio estadístico sobre una muestra de 8474 estudiantes de 63 universidades de los EE.UU. El objeto de dicho estudio es ver hasta que punto la preparación durante el bachillerato en física, química, biología o matemáticas ayudaba en cada una de las correspondientes disciplinas universitarias, y el resultado a buen seguro que ha sorprendido a más de uno. Para empezar, la situación para los estudiantes de química es que por cada año de matemáticas que estudiaran durante secundaria (nótese que en los EE.UU. la composición del currículo es más flexible que por ejemplo en España), su calificación subía 1.86 puntos (sobre 100), mientras que cada año de química lo hacía en 1.72 puntos, y los estudios previos de física o biología no tenían influencia significativa. La situación es análoga para los estudiantes de biología, para los que cada año de matemáticas en el instituto les proporcionaba un aumento de 1.84 puntos, y cada año de biología 1.35 puntos (física y química no tenían influencia significativa). Finalmente, para los estudiantes de física, cada año de matemáticas supone 1.28 puntos y cada año de física 1.32 (ni biología ni química influyen). Este resultado en física puede interpretarse a la luz de la mayor carga matemática de la propia física. De hecho, una de las conclusiones que Sadler resalta en una entrevista es que:
La cosa más importante para los profesores de ciencias en educación secundaria es asegurarse de que haya muchas matemáticas en cualquier asignatura de ciencias que impartan.
Aunque indudablemente cualquier estudio estadístico debe ser tomado con precaución (no es lo mismo correlación que causa-efecto), no estaría más que este tipo de recomendaciones calaran en quienes tienen la capacidad de decidir contenidos educativos. Adecuadas políticas tempranas pueden ser mucho más efectivas y menos gravosas que sesudos planes de mejora de la calidad en etapas más tardías. Y es que parafraseando al gran Groucho sólo cabe decir «¡Más matemáticas! ¡Es la ciencia!«.